El traumatismo craneoencefálico (también llamado TCE) es una de las principales causas de daño cerebral adquirido en niños y en jóvenes.
Se define como “una afectación del cerebro causado por una fuerza externa que puede producir una disminución o disfunción del nivel de conciencia y que conlleva una alteración de las habilidades cognitivas, físicas y/o emocionales del individuo”.
Las principales causas son los accidentes de tráfico, laborales o domésticos, las caídas, las agresiones, los atropellos, las prácticas deportivas de riesgo, etc.
Una de las primeras consecuencias de un TCE es la pérdida de conciencia (la duración y el grado de ésta es uno de los indicadores más significativos de la gravedad del mismo). Una vez recuperado el nivel de conciencia y orientados en espacio y tiempo, la mayoría de los pacientes presenta gran diversidad de secuelas físicas, cognitivas y de comportamiento que varían en su naturaleza y gravedad, en función de la extensión y localización del daño cerebral, así como de las características de personalidad y el nivel cognitivo previo del afectado. No obstante, puede decirse que existe un patrón de afectación específico asociado a lesiones cerebrales que implican los lóbulos frontales y temporales. Precisamente por este motivo, las principales alteraciones cognitivas más relevantes (y que aparecen más a menudo) son los problemas de regulación y control de la conducta, dificultades de abstracción y resolución de problemas, trastornos de aprendizaje y memoria, así como alteraciones en el ámbito de la personalidad y el ajuste emocional. Además, se incluyen dificultades de lenguaje, alteraciones físicas relacionadas con la movilidad y/o sensoriales (visión, la audición, el tacto y el gusto).
La neurorehabilitación temprana de las funciones cognitivas, del lenguaje y del movimiento resultan fundamentales para un mejor pronóstico.